"Cosas que pasan": A 10 años de Magnolia


por Alejandro Alemán
"We may be through with the past, but the past ain't through with us."
1999 fue un año de grandes películas, cintas como Matrix, Episode I, Fight Club, The Iron Giant, American Bauty, The Sixth Sense, Eyes Wide Shut o Being John Malcovich influenciaron a todo el cine de la década de los 2000, a veces incluso hasta el hastío del homenaje o el plagio vil.
Esta lista no estaría completa sin Magnolia, de Paul Thomas Anderson.
Siempre será difícil saber a ciencia cierta qué hace memorable una cinta, ¿es acaso el guión, las actuaciones, la música, la dirección, la edición, la fotografía.
Después de la exitosa Boogie Nights Paul Thomas Anderson decide apretar un poco el freno y hacer una película que al contrario de esta última fuera “pequeña, íntima, con pocos actores y que pudiera ser filmada en 30 días”. El director y guionista de Magnolia no pudo cumplir con ninguna de estos deseos excepto con uno: Magnolia es una película intima sobre un grupo de personas que viven en California y cuyas sus historias de vida están relacionadas entre sí.
Para ésta cinta, Anderson utiliza a gran parte del cast de Boogie Nights: Julianne Moore, William H. Macy, John C. Reilly, Philip Baker Hall, Philip Seymour Hoffman. A este ya impresionante cast se le suma la improbable figura de Tom Cruise participando en una película independiente, de autor y (aún más sorprendente) despojándose de su aura de súper estrella para entregarnos uno de sus mejores trabajos.
Magnolia es –en términos muy llanos- una serie de episodios que narran las historias de varios personajes de los cuales, poco a poco se irá revelando el vínculo que los une. Tenemos a un galancete creador de un método para seducir mujeres; a un productor de televisión moribundo; al enfermero que lo cuida y a su joven (segunda) esposa que carga a cuestas con la loza de la culpa; tendremos a un abnegado policía, a una enfermera con depresión crónica, a un niño genio que participa en concursos de televisión y a un otrora niño genio que ahora vive de la fama de antaño. Al final todo tendrá sentido.
Así es, historias cruzadas, en la década de los 2000’s veremos muchas, demasiadas películas que explotarían esta estructura narrativa hasta el hartazgo, pero a diferencia de todas ellas, aquí el espectáculo no será el encontronazo de los personajes, sino los personajes en sí mismos, sus historias, su fino entramado y el increíble trabajo actoral detrás de cada uno de ellos.
Magnolia es una ópera. Pocos directores lograrían sostener este tremendo conjunto actoral sin que se les desmoronara entre las manos.

Aunque todos resaltan la actuación de Tom Cruise, que en realidad es buena por inusual, el director logra un equilibrio constante en su cinta. Ninguno de los actores toma por asalto la película, ninguno sobreactúa, todos tienen sus quince minutos para resaltar en pantalla, todos son memorables. En un acto de osadía total, rumbo al acto final, Paul Thomas Anderson inserta un número musical donde todos los personajes, sin saberlo, cantan a coro una canción de Aimee Mann. En manos de cualquier otro esto sería una completa ridiculez, pero aquí, es justo el momento en que el Paul Thomas Anderson nos ha ganado por completo, no podemos sino rendirnos, relajar la lógica de lo improbable, para entregarnos por completo a la posibilidad de lo imprevisto. Es el minuto 138 de una película de 188, apenas y nos damos cuenta de cuan largo ha sido este viaje.
¿Qué hace memorable una cinta? En el caso de Magnolia es todo lo que ya hemos comentado, guión, actuación, música… pero en este caso destacaría dos elementos. Primero, la edición. El cine no sucede cuando filmas a tus actores, el cine ocurre en el cuarto de edición. Si Anderson no se hubiera decidido por esa edición que intercala historias sin ningún artificio alguno más que el ritmo constante (como si se tratara de una canción), el público no se engancharía. Anderson nos atrapa desde el prólogo, un pequeño tratado sobre las imposibilidades y las coincidencias. Nos amarra a los personajes en la presentación inicial utilizando la música como elemento unificador (a diferencia del plano secuencia en Boogie Nights) y nos deja con hambre de conocer más. Todo esto sucede cuando apenas es el minuto 12 de la cinta. Anderson nos vapulea en el primer asalto, pero no quiere noquear, él desea ganar la batalla por rounds y no en un simple nocaut.
El segundo elemento que hace memorable esta cinta es algo que no se enlista en los créditos: la honestidad de su director, quien a medio camino de hacer una “pequeña cinta”, se encontró escribiendo una gran obra coral. Anderson nunca intenta hacer un montaje de historias cruzadas, se trata de una sola gran historia con muchos personajes. Todos ellos viven en el mismo mundo, en el mismo lugar, todos ellos son fotografiados con la misma luz, el mismo filtro, al mismo ritmo, con el mismo peso e incluso cantando al mismo tiempo.
Es con esa honestidad que el director se declara nervioso al hacer esta película, que bromea sobre cuánto durará esta vez (Boogie Nights duró 155 minutos) , que se pregunta si acaso esta si recaudará algo de dinero. Estamos ante un hombre de apenas 28 años, que al igual que Quentin Tarantino, se educó sobre cine viendo cine, que su primera cinta (a los 17) la editó usando dos videocaseteras, que su campo de entrenamiento fueron los comerciales y que, a base de buenas críticas, ha sabido ganarse la confianza de todos aquellos que se suben a la aventura de hacer cine con él.
Magnolia es de esas raras películas que aunque parecen inasibles te envuelven poco a poco. Abiciosa, pero no pretenciosa, fantástica pero no imposible, densa pero no asfixiante, obscura y extrañamente bella a la vez. Anderson entrega con Magnolia, una de las películas más influyentes y enigmáticas para la década que ahora termina. Influyente por la cantidad de películas que han intentado emular la ya gastada estructura de las “historias que se cruzan”, enigmática porque hasta ahora nadie ha sabido cómo hacerlo tan bien como en esta “pequeña” cinta.

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