Crítica - Güeros


Güeros
Dir. Alonso Ruizpalacios

por Andrés Olascoaga | @AndresOlasToro

En algún punto de la costa del país, Tomás (Sebastián Aguirre) se esconde de todo. Un viejo walkman, sus visibles audífonos y la playa son el punto de escape del joven que acaba de huir de su casa, después de tirar un globo de agua a una mujer y su pequeño bebé. Lentamente, se acerca su madre quien le dice "Ya no puedo contigo". Así, con fotografía en blanco y negro y aspecto cuadrado, transcurren los primeros minutos de Güeros (2014), ópera prima del realizador Alonso Ruizpalacios, un arriesgado experimento fílmico que convence a los ojos y al corazón.

La cinta, narrada a modo de un road trip por las entrañas de la Ciudad de México sigue desde su exilio en la capital del país a Tomás, después de ser enviado a vivir con su hermano Sombra (Tenoch Huerta). Al llegar a la dirección marcada el panorama no es nada halagador, su hermano y su mejor amigo Santos (Leonardo Ortizgris) están convertidos en dos auténticos ninis ante la huelga de estudiantes que azota la máxima casa de estudios en donde ellos están matriculados. Dedicados a sobrevivir jugando en las calles y robándose la luz del vecino de abajo, la rutina de este inesperado trío cambia cuando se enteran que el compositor Epigmenio Cruz, a quien idolatran como único recuerdo de su papá, ha caído enfermo y puede que no se salve. Abordo de su destartalado auto, Tomás, Santos y Sombra recorrerán todos los puntos cardinales de la Ciudad visitando colonias de mala muerte, fiesta de juniors en el centro, cantinas olvidadas en un rincón de la metrópoli e incluso Ciudad Universitaria, donde se encontrarán con Ana (Ilse Salas), una revoltosa niña bien de la UNAM que se convertirá en la pieza que le hace falta a esa aventura.

Con una producción en apariencia sencilla, Alonso Ruizpalacios debuta en el cine con un producto tan fresco como encantador, lleno de momentos cinematográficamente bellos y diálogos ingeniosos acomodados en el lugar donde deben de estar. El también guionista realiza un curioso experimento en su historia, el choque de personajes completamente diferentes pero unidos por la situación. Estas figuras outsiders (Tomás alejado de su casa por malcriado, Sombra y Santos reducidos a dos sombras de lo que alguna vez fueron jóvenes estudiantes, Ana empaquetada con un grupo de manifestantes en la Facultad para mostrar su apoyo) salen de su posición natural para recorrer diversas zonas en busca de cumplir el deseo de un seguidor. Aprovechando su viaje, Ruizpalacios presenta los diferentes escenarios que rodean a nuestra urbe sin intentar dejar un mensaje claro.

Así como muestra a un hombre de escasos recursos secuestrar al trío de viajantes solo para llevarlos a tomar unas caguamas, el realizador se mete en una fiesta de una película mexicana en la que también se lanza contra lo que finalmente forma parte: "Puto cine mexicano. Agarran unos pinches pordioseros y los filman en blanco y negro y dicen que es arte". Como las fotografías en un libro de geografía, cada escenario resulta ser diferente y el director sabe sacarle provecho a cada uno de ellos. Apoyado en la fotografía por Damian García, el director logra crear un ambiente universal y al mismo tiempo personal de la Ciudad de México en el que con canciones de Agustín Lara y Juan Gabriel obtiene escenas memorables, como aquel plano en C.U. o aquella catártica escena en la que Hasta que te conocí del divo de Juárez hace acto de presencia en el fondo.

Haciendo uso de la experiencia obtenida en sus tiempos de director en Teatro UNAM, Alonso Ruizpalacios junta a un elenco interesante y que en pantalla se nota perfecto en cada papel. La presencia del joven Sebastián Aguirre es por mucho la más sorprendente de todas, siendo el la razón y motivo de que la historia exista y cumpliendo con todos los requerimientos que Tomás necesitaba. Tenoch Huerta abandona el papel de malo en el que se le había encasillado y regresa como un nini que se complementa con un enorme Leonardo Ortizgris. La cereza del pastel resulta ser Ilse Salas, quien encaja como la niña bien en Universidad pública que además de ser la organizadora de las asambleas de la huelga, se tiene que preocupar por asistir a fiestas sin dejar de lado sus definiciones políticas (¿Estará actuando tan bien por naturaleza?).

En una brillante secuencia en un estacionamiento al aire libre, Ruizpalacios filma a Huerta y Aguirre charlando en su auto donde el más joven de los hermanos muestra la copia de un viejo cassette de Epigmenio Cruz, cuando Sombra se pone los audífonos el silencio invade la película. Se escuchan a lo lejos las palabras de quienes lo rodean y también los ruidos que ellos mismos provocan al acercarse a cada extremo de los audífonos. El espectador nunca llega a escuchar lo que el compositor, que dicen que una vez hizo llorar a Bob Dylan, está tocando, pero la cara de un Tenoch Huerta convertido en un veinteañero irresponsable hace evidente lo que está experimentando. Si pudiéramos resumir la sensación que deja Güeros al salir de la sala de cine, lo más probable es que sea una cara como la que el realizador pone en primer plano en esa escena, pues nosotros así como Sombra hemos experimentado algo que nos llega al corazón y nos maravilla; porque eso es Güeros, una maravilla que dicen hizo llorar a quien escribe y si, probablemente a Bob Dylan.

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Güeros
México, 2014
Dir. Alonso Ruizpalacios
con Tenoch Huerta, Sebastián Aguirre, Ilse Salas, Leonardo Ortizgris
Duración: 108 minutos
Distribuye: Cine CANIBAL

Película programada en el 12vo Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM)
Película programada en la 57 Muestra Internacional de Cine (Cineteca Nacional)

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