Crítica - La La Land: Una Historia de Amor


La La Land
Dir. Damien Chazelle

por Andrés Olascoaga | @AndresOlasToro

Esta es la historia de un soñador. Desde su adolescencia, Damien Sayre, hijo de un escritor americano y una profesora francesa, había descubierto a sus dos grandes amores: el cine y la música. Después de probar suerte como baterista de jazz, donde se encontró con un duro profesor durante sus estudios en Princeton, el joven decidió volver al séptimo arte y refugiarse entre su historia y su técnica. En sus últimos años en Harvard, Damien comenzó a trabajar en lo que sería su primera película, Guy and Madeline on a Park Bench, un austero musical en blanco y negro inédito en nuestro país, sobre una pareja recién formada que termina su relación en una día cualquiera en Boston.

La cinta, hecha en colaboración con Justin, músico de profesión y viejo conocido de aulas, captó la atención de prensa e industria en el Festival de Tribeca en 2009 y años más tarde, la recién formada dupla de soñadores regresaría al ambiente festivalero con su segunda colaboración, un feroz trabajo sobre el ambicioso deseo de perfección de un estudiante y su tirano profesor. El joven realizador había logrado un funcional ejercicio basado en una de sus pasiones, pero aún quedaba una idea en su mente: un musical; un gran musical de antaño, con colores brillantes y coreografías dinámicas. Es ahora, cuando el sueño de ese joven director ha sido finalmente plasmado en la pantalla grande, que los espectadores podemos darnos cuenta que esa historia personal formada por sueños, pasiones, decepciones y anhelos ha rendido sus frutos, pues La La Land: Una Historia de Amor (La La Land, 2016), la tercera película del joven director Damien Chazelle, es indudablemente algo pocas veces visto en el cine contemporáneo: una emocionante y conmovedora declaración de amor al cine, la música y los soñadores.

Cautivando desde el primer segundo, con una explosiva apertura musical, Chazelle plantea la historia de dos soñadores en Los Ángeles. Él, Sebastian (un estupendo Ryan Gosling) es un músico frustrado que perdió el bar de jazz que tenía y ahora se dedica a tocar el piano en un restaurante; ella, Mia (sensacional Emma Stone), es una aspirante a actriz cuya rutina se basa en asistir a castings y trabajar en la cafetería de un gran estudio en Hollywood. En una ciudad de embotellamientos y fiestas masivas, Sebastian y Mia extraordinariamente se encontraran en más de una ocasión; una de esas historias diseñadas para existir. A partir de ahí, Chazelle relata su relación por las cuatro estaciones de un año exponiendo sus virtudes, defectos, el éxito, el fracaso y esas cosas que rompen o fortalecen a cualquier pareja.

Con ese planteamiento y con el pleno conocimiento de que un par de canciones surgirán de la nada, La La Land no parece ser algo nuevo en el panorama cinematográfico y, al menos en el papel, no lo es. Sin embargo, el director tiene preparada una sorpresa desde la concepción del filme: La La Land es algo nuevo y conocido a la vez, tan es un musical de antaño, como los que Fred Astaire y Ginger Rogers protagonizaban, como un trabajo moderno; una fantasía technicolor que se revienta frente al espectador cuando comienza a acomodarse y un retrato de la realidad que las personas en L.A. (de ahí el título) viven fuera de sus cuentas de Instagram. Sí en Whiplash: Música y Obsesión, Chazelle había tomado la búsqueda de la perfección como eje principal, en La La Land: Una Historia de Amor aprovecha la dolorosa realidad para contar las historias que han ayudado a construir las artes que ama. En 127 minutos, Chazelle hace que nos emocionemos con una historia que Broadway envidiaría, para después inundarnos con melancolía y sacarnos un par de lágrimas.

No es difícil adivinar las referencias que nutrieron una película como esta. La sensibilidad implacable de Chazelle y su estructura narrativa remite al Jacques Remy de Les Parapulies de Cherbourg, sus geniales números musicales filmados en brillantes plano secuencias recuerdan por su color a West Side Story y el atractivo de las historias de amor en Singing in the Rain o An American in Paris también regresan a la mente. Es innegable el amor que Chazelle siente por el género y al momento de explotarlo en pantalla, casi como una metáfora sólo en los momentos necesarios, transmite con fuerza todos los sentimientos que conlleva el acto.

En este delicioso experimento, que al igual que, cómo plantean dos de sus personajes en un estudio de grabación, busca nutrirse de la nostalgia del pasado y la modernidad que ofrece la industria en nuestros días, Chazelle nunca olvida el espíritu musical. Con música de Justin Hurwitz, el hombre detrás de la música en los tres trabajos del director, y canciones originales compuestas por Benj Pasek y Justin Paul, el filme obtiene una vitalidad casi revolucionaria, no importa si implica una fiesta multitudinaria, un baile por un observatorio vacío o una tranquila caminata que se convierte en el duelo de dos extraños que se han conocido en una bella noche. Curiosamente, la belleza es otro de los puntos fuertes que Chazelle explota en su película, encontrándola en el tráfico de un freeway, a la mitad de un restaurante en Navidad, en un cine casi vacío o en un atardecer en Mullholand Drive.

Dejando de lado los sentimientos que puede contener el guión y el gusto que generar puede la música, La La Land también destaca por su limpieza técnica. En pleno uso de sus habilidades fílmicas, Chazelle se reúne con Linus Sandgren (director de fotografía, cuya habilidad tras las cámara merece ovaciones), Tom Cross (editor) y el equipo de David Wasco (ese diseño de arte que juega con los colores conforme la ilusión va convirtiéndose en una nostálgica realidad) para llevar por buen camino a los dos protagonistas, quienes resultan ser el alma del filme. Con su característico encanto y un cierto aire a los galanes de antaño, Ryan Gosling sorprende como el músico apasionado de la historia y Emma Stone, brillante como nunca, interpreta con gracia a la mujer que se decepciona en los castings pero espera pacientemente al siguiente; la química entre ambos es algo más que probado, pero aquí adquiere un encanto especial al encontrarnos a dos extraños que parecen conocerse de toda la vida. Es cierto que Gosling y Stone no bailan de maravilla, ni tienen una voz privilegiada (aunque Stone "da el do de pecho" cuando interpreta Audition - The Fools Who Dream, en una escena que bien podría darle el Oscar), pero también es cierto que esto, además de la extraña profundidad que los personajes tienen, beneficia enteramente el impacto de la historia.

Cuando los créditos finales se acercan, después de que el director nos ha regalado otros brillantes diez minutos finales para el recuerdo colectivo, la duda se agota: hemos sido testigos de una maravilla, en toda la extensión de su palabra. El soñador que dejó la escuela de música para estudiar cine lo ha logrado; ha mezclado sus pasiones en un musical tradicional y sofisticado lleno de energía, una película que conquista a los sentimientos, una funcional pieza de fortaleza cinematográfica. Confirmándose como el cineasta más importante de su generación, Chazelle y su equipo han hecho una película para los soñadores, para los apasionados, para los tontos que se enamoran, para los de corazón roto, para los ilusionados, para todos. Aplausos para Damien Chazelle y su La La Land.

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La La Land
Dir. Damien Chazelle
con Ryan Gosling, Emma Stone, John Legend, Rosemarie De Witt
Duración: 127 minutos
Distribuye: Corazón Films México

Ganadora de 6 Premios Oscar, incluyendo Mejor Director
Película programada en el 14° Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM)

Crítica publicada originalmente el 20 de Enero de 2017

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