Transformers: The Last Knight
Dir. Michael Bay
por Andrés Olascoaga | @AndresOlasToro
Existe una frase que podría ser la sentencia más despreciada en la industria del cine hollywoodense: "Todo por servir se acaba". El dicho debería aplicarse fácilmente a la mayoría de las grandes películas de estudio que llegan sin ton ni son a las salas de cine, ofreciendo más de lo mismo: entretenimiento desechable concebido para vender boletos, palomitas y objetos que serán sustituidos a la menor provocación. Sin embargo los estudios de cine siguen recibiendo dinero, gastando ese dinero en nuevos proyectos del tipo y repitiendo este ciclo que resulta tóxico para los espectadores y el cine en general. Una de las franquicias que sin duda representa tal movimiento, cada vez más común, es la creada por Michael Bay hace diez años y que hoy, con el estreno de Transformers: El Último Caballero (Transformers: The Last Knight, 2017), su innecesaria quinta entrega, llega a un punto crítico. Bien dicen que todo por servir se acaba y, como diría la sabiduría popular, acaba por no servir.
Después de ayudar a salvar el mundo de una terrible invasión, Cade Yeager (Mark Wahlberg) permanece escondido en un deshuesadero de autos junto a un par de Transformers sobrevivientes de la guerra. Cuando una pieza ancestral termina en sus manos por accidente, Yeager se convertirá en el único hombre que puede salvar a la Tierra de su destrucción, pues una malévola figura robótica extraterrestre intenta apropiarse de nuestro planeta para robarse la energía y volver a darle vida al suyo. Curiosamente, dicho artefacto proveniente de la época del Rey Arturo y los caballeros de la meza redonda es la única pieza capaz de derrotarla y acabar con su plan. Convencido de ser el último eslabón en una larga cadena de defensores del mundo, Yeager se unirá con un lord inglés (Anthony Hopkins) para alcanzar la victoria, aunque eso signifique enfrentarse a un trastornado Optimus Prime, secuestrado y controlado por Quintessa, líder del planeta Cybertron.
A tres años de su última aparición en las pantallas grandes acompañado de robots gigantes, Michael Bay y su equipo de 4 guionistas, prueba fehaciente de que dos, tres o cuatro cabezas no piensan mejor que una, retoman la franquicia después de Transformers: La Era de la Extinción, un largo y aburrido reebot a la historia que ahora puede entenderse como una lejana secuela. Desde entonces, lejos de presentar una mejoría a aquella película ingenua y explosiva de finales de los dosmil, el intento por tomar a la saga desde un punto más maduro sólo ha acarreado problemas, especialmente por su guión. En esta entrega, el ridículo guión vuelve a ser uno de los problemas principales pero no es el único que esta megaproducción tiene.
Ante su notable incapacidad narrativa, Bay decide llevar este filme a los excesos. Al principio hay una batalla a la Game of Thrones tan ridícula que sólo sirve para notar cómo el director añade explosiones y dragones metálicos en plena guerra medieval (Spoiler: es una tontería), después regresamos al presente para encontrarnos con personajes acartonados (¿quién le dijo a Mark Wahlberg que podía cobrar su cheque sin hacer nada?) encerrados en subtramas inverosímiles que involucran a un heredero del Rey Arturo, un duelo con la resolución más fácil y llena de clichés desde el ¡Martha! de Batman vs Superman, el choque de un planeta mecánico contra la tierra (Von Trier estaría asqueado... y no sólo él) y una sociedad secreta británica que sabe y cuida la existencia de los Transformers, cuyos miembros incluyen a Stephen Hawking, Winston Churchill y el personaje de Shia LaBeouf en las primeras tres cintas.
Sumado a este caos en el argumento está el verdadero Michael Bay, aquel que ama las explosiones e inserta un par de autos estereotipados para jugar al chistoso dentro de una trama que se toma inexplicamente muy en serio; el director con predilección por el product placement descarado que tiene la debilidad de un niño estrenando una caja de colores nueva. Claro que existen escenas en las que los robots en guerra (Optimus Prime, Bumblebee, Megatron y otros diez transformers tan genéricos que es imposible saber de quién se trata) rescatan por momentos al filme, desafortunadamente, la torpeza en la sala de edición y el constante cambio de formato, al menos en sus copias en IMAX (una cosa que Bay debería copiarle a Christopher Nolan en lugar de su realismo insistente) evitan que estas puedan ser visibles.
Mark Wahlberg, difícil imaginar que el hombre que estelariza este bodrio ha estado nominado al Oscar en dos ocasiones, sorprende con sus burdas actitudes a lo largo de los 149 tediosos minutos de duración, desempeñando un intento patético por encajar en el modelo de héroe común. En el reparto también se encuentran, Isabela Moner, una adolescente latina cuya importancia metafórica se ve disminuida por su nula presencia en pantalla, Laura Haddock, una improbable profesora de universidad que encaja a la perfección en el estilo sexista del realizador y Anthony Hopkins, que interpreta a un actor en decadencia que aceptaría cualquier rol, aunque este sea el defensor de un pacto milenario entre robots alienígenas y los caballeros de la mesa redonda (o al menos eso hace fuera de pantalla).
Haciendo memoria, no se le puede pedir mucho a una franquicia millonaria basada en juguetes Hasbro, aún así, Bay se ha esforzado por bajar cada película desprendida de ella a un mínimo lamentable. Con un caso severo de entretenimiento vulgar que no puede siquiera entretener del todo, uno de los realizadores más taquilleros de todos los tiempos se nota desgastado, mismo estado en el que se encuentra su franquicia y el público al que antes emocionaba. Sí hace diez años, Michael Bay tenía con sus autos convertidos en robots, un jugoso blockbuster último modelo, ahora tiene entre sus manos algo que no pasa ni la verificación.
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Transformers: The Last Knight
Estados Unidos, 2017
Dir. Michael Bay
con Mark Wahlberg, Anthony Hopkins, Isabela Moner, Laura Haddock
Duración: 149 minutos
Distribuye: Paramount Pictures México
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