por Cesar Huerta
“Fui arrogante: No fui lo suficientemente listo ni lo suficientemente educado”, dice Mickey Rourke, al momento de hablar de su carrera, la cual le sonreía hace más de dos décadas y lo abandonó dramáticamente en los últimos años.
Hasta se parece su vida a la de Randy “ The Ram” Robinson, cuya historia se narra en “El luchador”.
Los dos son hombres dominados por los excesos, que intentan retomar su carrera.
Dirigida por Darren Aronofsky, cuenta la historia de una estrella de la lucha libre que, años después, se gana la vida actuando para fanáticos de las luchas en gimnasios escolares y centros comunitarios en el estado de Nueva Jersey. La fama lo abandona, pues.
Y Rourke no se cansa de decir, cuando se le cuestiona sobre su nueva oportunidad en el set: “Simplemente me hizo feliz que volvieran a darme trabajo”.
A sus 56 años, Rourke está lejos del “sex symbol” que llegó a ser con la memorable cinta “Nueve semanas y media”, al lado de Kim Basinger.
Todo mundo quería estar con él. Era buscado por productores y directores. Pero él estaba muy por encima de todo.
Se compró una supermansión, coches caros y vivió todo lo que el dinero permite.
Luego eligió ser boxeador profesional y, debido a los golpes, su rostro deformado ya no era el del joven galán de los 80, así que se sometió a una serie de operaciones que le ayudaron a regresar a Hollywood.
En el pasado Festival de Venecia, Mickey reconoció que esa etapa, después de estar en la cresta de la ola, fue complicada. Nadie lo llamaba, en mucho, por su fama de gritar y enojarse en el set.
“No hay nada peor que vivir en la vergüenza”, dijo en alusión a esa época.
En una ocasión, le aconsejó a su colega Matt Damon: “No le ladres a la gente de Hollywood, como yo lo hice. Tienes que llegar a tiempo y ser disciplinado. Yo lo arruiné todo”.
La década de los 90 fue infumable para él. Se dedicó a hacer películas de mala calidad, que iban directas al video.
Su esposa, la actriz Carré Otis, lo acusó de violencia doméstica, lo cual luego retiraría. Así que Mickey se quedó solo.
Durante más de 15 años estuvo acompañado por un perrito Chihuahua, que hace poco murió.
El nuevo siglo quiso darle una nueva oportunidad.
Primero fue Tony Scott quien lo llamó para “Hombre en llamas” (2004), teniendo algunas secuencias en una residencia del sur de la ciudad de México.
Ahí ya se veía un cambio en él: la prensa especializada casi no lo reconocía y él departía alegremente con todo el crew.
La Plaza Garibaldi, donde rodó junto con Denzel Washington, escuchó sus carcajadas cuando el actor negro se equivocó, ya que en lugar de felicitar a la niña (Dakota Fanning), le ofrecía una bebida.
Después vendría Robert Rodriguez para incrustarlo como una bestia con corazón en “Sin city”. Ahora, con “El luchador”, parece que ha hecho las paces con el cine.
Hasta se parece su vida a la de Randy “ The Ram” Robinson, cuya historia se narra en “El luchador”.
Los dos son hombres dominados por los excesos, que intentan retomar su carrera.
Dirigida por Darren Aronofsky, cuenta la historia de una estrella de la lucha libre que, años después, se gana la vida actuando para fanáticos de las luchas en gimnasios escolares y centros comunitarios en el estado de Nueva Jersey. La fama lo abandona, pues.
Y Rourke no se cansa de decir, cuando se le cuestiona sobre su nueva oportunidad en el set: “Simplemente me hizo feliz que volvieran a darme trabajo”.
A sus 56 años, Rourke está lejos del “sex symbol” que llegó a ser con la memorable cinta “Nueve semanas y media”, al lado de Kim Basinger.
Todo mundo quería estar con él. Era buscado por productores y directores. Pero él estaba muy por encima de todo.
Se compró una supermansión, coches caros y vivió todo lo que el dinero permite.
Luego eligió ser boxeador profesional y, debido a los golpes, su rostro deformado ya no era el del joven galán de los 80, así que se sometió a una serie de operaciones que le ayudaron a regresar a Hollywood.
En el pasado Festival de Venecia, Mickey reconoció que esa etapa, después de estar en la cresta de la ola, fue complicada. Nadie lo llamaba, en mucho, por su fama de gritar y enojarse en el set.
“No hay nada peor que vivir en la vergüenza”, dijo en alusión a esa época.
En una ocasión, le aconsejó a su colega Matt Damon: “No le ladres a la gente de Hollywood, como yo lo hice. Tienes que llegar a tiempo y ser disciplinado. Yo lo arruiné todo”.
La década de los 90 fue infumable para él. Se dedicó a hacer películas de mala calidad, que iban directas al video.
Su esposa, la actriz Carré Otis, lo acusó de violencia doméstica, lo cual luego retiraría. Así que Mickey se quedó solo.
Durante más de 15 años estuvo acompañado por un perrito Chihuahua, que hace poco murió.
El nuevo siglo quiso darle una nueva oportunidad.
Primero fue Tony Scott quien lo llamó para “Hombre en llamas” (2004), teniendo algunas secuencias en una residencia del sur de la ciudad de México.
Ahí ya se veía un cambio en él: la prensa especializada casi no lo reconocía y él departía alegremente con todo el crew.
La Plaza Garibaldi, donde rodó junto con Denzel Washington, escuchó sus carcajadas cuando el actor negro se equivocó, ya que en lugar de felicitar a la niña (Dakota Fanning), le ofrecía una bebida.
Después vendría Robert Rodriguez para incrustarlo como una bestia con corazón en “Sin city”. Ahora, con “El luchador”, parece que ha hecho las paces con el cine.
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