IMAX; Cuando el tamaño sí importa


por Alejandro Alemán | @elsalonrojo

Hubo un tiempo en que ir al cine era todo un evento, las familias enteras se preparaban para acudir, las señoras se acicalaban, los niños se ponían ropa limpia; eran otros tiempos, la ciudad era otra, el cine mismo era diferente.

Los espacios arquitectónicos que albergaban las salas hablaban de fastuosidad desde la fachada: enormes portones, grandes esculturas, las taquillas que daban a la calle resguardaban a la billetera detrás de unas rejas de latón. Una vez adentro (previo corte del boleto) grandes recibidores acogían a la multitud, enormes escaleras te llevaban al segundo piso (¡los cines tenían dos pisos!), detrás de una amplia barra atendía el de la dulcería, había palomitas, pero también esquites, gomitas, nueces cubiertas de chocolate, galletas; no había hotdogs.

Las salas eran enormes, las butacas de estricto terciopelo rojo (probablemente serían de otro material, pero yo las recuerdo así, ni modo) eran pequeñas en comparación a las actuales que tratan de parecer sillones. Y luego estaba la pantalla, enorme, vasta, como prácticamente nunca se volvería a ver en el cine. El ritual infantil de antes de empezar la función implicaba forzosamente a que los niños pasáramos hasta el frente a jugar en la rampa que se formaba entre la pantalla y la primera fila de butacas, el apagado de luces era la señal para regresar corriendo, entre la penumbra, a buscar a nuestros papás.

No había sonido dolby, pero el audio era mucho mejor que el de algunas salas actuales, los proyectores no eran modernos, pero se escuchaba el ronroneo clásico de aquella máquina que escupía imágenes sobre la enorme pantalla. Tampoco había respeto por aquello que se llama “edición”, las películas se interrumpían a la mitad (sin importar como fuera la trama) para que pudiéramos ir al baño, comprar más cosas en la dulcería) y permitir –supongo- descansar al cácaro.

Eran otros tiempos. Ir al cine era como ir a visitar al gigante, adentrarse en sus fauces, perderse en la obscuridad y salir. El cine era también espectáculo y experiencia.

¿Qué tiene que ver todo esto con IMAX? Bueno pues este nuevo formato, que permite proyectar imágenes más amplias y de mayor resolución, tal vez sea el último vestigio de aquellos cines de dos pisos, de esas pantallas enormes e imponentes; IMAX literalmente le regresa al cine su “grandeza”, tan mermada ahora con los multiplex, que en espacios que antes hubieran apenas albergado a un par de cines, ahora instalan 12 salas, con pantallas que –en comparación- son más cercanas a la televisión que a la otrora majestuosidad del cine.

Creado por la compañía canadiense del mismo nombre, IMAX (abreviatura de Image Maximum) es un formato de película que eleva la resolución y el tamaño de la imagen proyectada mediante el uso de una cinta más amplia (70mm con 15 perforaciones por cuadro). El tamaño de la imagen resultante, junto con un audio mejorado de seis canales, permite una experiencia “nueva” para el espectador.

Una pantalla “estándar” de IMAX mide aprox. 22 × 16.1 m (72 × 52.8 ft), pero existen aún más grandes. La pantalla de la sala de New South Wales en Sydney Australia es la pantalla IMAX más grande del planeta, con un alto de casi ocho pisos.

La obsesión por una imagen más clara, más nítida y más grande no es nueva en la historia del cine. En 1929 Fox introdujo el primer formato de 70 mm, mismo que no tuvo mucho éxito y de inmediato fue descontinuado. También está el famoso Cinemascope, que introdujo la imagen “wide” al cine de 35mm.

Al igual que el 3D (del cuál hablamos la semana pasada), el formato IMAX es otro de esos intentos por regresar al público a las salas de cine. Después de décadas de apostar por “el cine en casa”, el “home theatre” y los multiplex con salas y pantallas pequeñas; ahora se vuleven a privilegiar los espacios enormes. Ya no hay estatuas de mármol ni amplios recibidores, pero al menos se regresa a la imagen enorme, que te engulle al momento de verla. El cine deja de ser una experiencia medianamente reproducible con artilugios caseros (DVD, Bluray, pantallas de plasma de 50” o sistemas de audio Dolby caseros), para regresar a la exclusividad del gran espacio, al desafío arquitectónico, a la experiencia que no se puede reproducir más que en el cine mismo.

Para ser justos, hacemos la misma pregunta: ¿Sirve de algo el formato IMAX?, ¿aporta algo nuevo para la narrativa cinematográfica?, ¿es el futuro?

La desventaja del IMAX, evidentemente, es que la inversión en estas pantallas es enorme, desde la adecuación de espacios, pasando por los proyectores nuevos, las cámaras especiales, el sistema de audio (que es independiente a la cinta) y el número reducido de butacas por sala hacen que el boleto sea significativamente más caro.

Sin embargo, el formato IMAX apela más al cine, permite un nivel de inmersión mayor, puede que agregue más no sólo a la experiencia, sino que en efecto influye (aunque sea de manera abstracta) en la narrativa de la cinta. El 3D es un mero juguete, IMAX implica pensar en otra edición, otra fotografía y otro tipo de encuadres.

Christopher Nolan es uno de los convencidos del formato IMAX. Algunas escenas de The Dark Night fueron filmadas en este formato. Curiosamente, las mejores películas en 3D son aquellas que se proyectan en IMAX. El formato amplio y la inmersión lograda hacen que el efecto de 3D no se pierda al llegar al borde de la pantalla.

Esto es lo que hace diferente al IMAX del 3D como artilugios que buscan desafiar a la piratería e invitar a mayor público en la sala. Mientras el 3D está a punto de reproducirse en casa mediante pantallas especiales, el IMAX es algo que sólo puede vivirse en el cine, nace en él, muere en él. No creo que sea el futuro, precisamente por la restricción de encontrar espacios donde albergar esas enormes pantallas. Pero si me parece que IMAX al menos reta a la imaginación del cineasta; al filmar debe tener claro que tiene frente a sí una pantalla del tamaño de un pequeño edificio, por lo que debe de cuidarse en no perderse ante lo vasto de los espacios.

El sabio adagio dice que “el tamaño si importa”, cosa por demás cierta en el formato IMAX, último resquicio de aquellos tiempos donde visitábamos a aquel gigante blanco llamado pantalla de cine.

Columna publicada originalmente en El Universal, bajo el título "El Salón Rojo: IMAX; Cuando el tamaño sí importa" en Agosto de 2010.

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