Crítica - Jason Bourne


Jason Bourne
Dir. Paul Greengrass

por Andrés Olascoaga | @AndresOlasToro

Han pasado casi diez años desde que Jason Bourne apareció en las salas de cine por última vez y hay que aceptar que el mundo no se detuvo a esperarlo. Desde su primera película, cuyo nombre en español olvidó por completo el apellido del protagonista y estratégicamente se bautizó como Identidad Desconocida, el agente secreto que luchaba por recuperar su memoria, interpretado por el tipo detrás del guión de Good Will Hunting, definió un estilo a seguir para las películas del género que llegarían en los tiempos post-11 de Septiembre, especialmente con la destreza técnica que sus responsables, Doug Liman y Paul Greengrass en sus últimos dos capítulos, habían agregado a la puntual trama. En pleno 2016, el miedo al espionaje ha cambiado y ha sido reemplazado por el terror a un analista interno que desde la comodidad de una computadora filtró una gran cantidad de documentos; la técnica también ha cambiado y con el paso del tiempo (y el número de películas estrenadas que esto conlleva) se ha vuelto más recurrente. Por eso sorprende encontrarse con un filme como Jason Bourne (2016), donde Greengrass y el propio Matt Damon han tomado las riendas del proyecto y entregado una película de acción más que correcta, pero que reciente ese cambio temporal, adoleciendo dramáticamente frente a sus antecesoras.

Una década después de haber averiguado su pasado, Jason Bourne (Matt Damon) vive en la clandestinidad y alejado de cualquier contacto con la agencia que le borró su memoria y lo convirtió en un peligroso elemento. Sin embargo, su retiro se verá interrumpido cuando una vieja amiga (Julia Stiles) se pone en contacto con él, después de hackear las bases de datos de la CIA. Encontrándose en una convulsionada Grecia, Bourne escapa con la información y descubre que la agencia de la que lleva escondiéndose varios años, aún tiene un par de secretos sobre su vida y ahora Bourne, a pesar de tener a una experimentada analista tecnológica (Alicia Vikander) y un mortífero asesino entrenado (Vincent Cassel) a sus espaldas, buscará respuestas.

Siguiendo la fórmula que se había dictado a principios de siglo, más propositiva que la saga de James Bond en ese momento, Jason Bourne retoma a su personaje principal enterrado en los límites de Grecia y Macedonia, peleando en arenas improvisadas y ganando a sus contrincantes con un solo golpe certero. Contrario a lo que se había presentado en las tres películas base de la franquicia, ahora Bourne sabe su historia, origen, sentido y aparentemente ha aprendido a vivir con ello. Desde ese aspecto, en el que el leitmotiv de Jason Bourne es inexistente y las posibilidades de avanzar en la trama son infinitas, Greengrass y su editor convertido en guionista Christopher Rouse, se concentran en ubicar a Bourne dentro de un nuevo ambiente pero recurriendo cada vez que se pueda a una sección olvidada (otra, para variar) de su pasado.

En una época de hackeos, filtraciones y el terrorismo alejado de los Estados Unidos, al menos en las ficciones, Jason Bourne, tanto el filme como la película, se enfrenta a una renovación que justifique su existencia. En el arco dramático, con la intriga derivada de la pluma de Tony Gilroy lejos, el filme se nota frío, simple y hasta cierto punto, reiterativo. Sin embargo, es una vez más la dupla establecida por Greengrass y Damon quienes le dan vitalidad al proyecto. Con su reconocido estilo, un tanto modificado por los arbitrarios cortes cada vez más comunes en el género, el director atrapa visualmente desde los primeros minutos del metraje y conduce a su personaje, al igual que al espectador, por una historia donde el cómo se ejecute el esqueleto dramático es lo que cuenta. Una manifestación en Grecia, una persecución en Las Vegas, un eterno juego del gato y el ratón por Europa; con precisión en la cámara y el temblor fotográfico obtenido gracias al trabajo de Barry Ackroyd, director de fotografía de Capitán Phillips y United 93, Greengrass olvida la intriga y se compromete con la acción, el resultado es favorable.

Retomando a Bourne, después de la breve aparición en la franquicia de Jeremy Renner, Damon sobresale por su extraña y silenciosa actuación. No cabe duda que el Jason Bourne de 2016 es diferente al amnésico de principios de siglo y en esa evolución, tanto física como metodológica, Damon es partícipe y responsable. En el elenco también destacan Vincent Cassel, como un asesino silencioso al servicio de la CIA y el breve pero cada vez más importante Riz Ahmed, como un magnate tecnológico y muñeco del gobierno. Regulares resultan los trabajos ofrecidos por Alicia Vikander, como una mujer que ejecuta cada propuesta que tiene y Tommy Lee Jones, como el director genérico y maligno de la agencia de espionaje en turno. Es notable que los personajes son más estereotipados en esta ocasión que en las tres cintas anteriores de la franquicia, incluso uno abordado con daddy issues como la mayoría de los personajes importantes en los últimos meses, pero esto permite que la acción se ejecute con credibilidad y potencia.

En una época donde las películas de acción juegan a ser más inteligentes de lo que en realidad son y especialmente en un verano que ha sido para olvidar, vale la pena encontrarse con un filme como Jason Bourne, proveniente de una franquicia que se creía muerta e impulsada por dos de sus artífices; esperemos mejores resultados para el regreso de Bourne, porque al igual que James Bond al final de cada película, el agente sin muchos recuerdos promete regresar en un futuro.

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Jason Bourne
Estados Unidos, 2016
Dir. Paul Greengrass
con Matt Damon, Alicia Vikander, Julia Stiles, Tommy Lee Jones
Duración: 123 minutos
Distribuye: Universal Pictures México

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