La extinción de la "magia del cine"; los últimos días del Cinemex Palacio Chino


por Andrés Olascoaga | @AndresOlasToro

Era domingo por la tarde y la calle de Iturbide en el Centro Histórico de la Ciudad de México registraba una atípica movilización policíaca. En esa calle, entre depósitos de revistas, las oficinas de uno de los diarios más importantes del país y negocios familiares cerrados se erige el Cinemex Palacio Chino, en ese momento custodiado por elementos pertenecientes a la Secretaría de Seguridad Pública de la capital. Postrados sobre las cortinas de los negocios frontales, en los accesos e incluso dentro del complejo, los agentes revisaban a todas las personas que entraban al infame recinto. 

La banqueta lucía vacía, algo extraño si consideramos que en los últimos 10 meses, un grupo de revendedores se había adueñado de la acera del cine para acercarse a cualquier potencial espectador y ofrecerle boletos a menor precio del registrado en taquilla. La acción, reportada por El Universal hace un par de meses y retomada por Chilango, no era nueva, ni tampoco muy elaborada. El grupo de vendedores llegaba en las primeras horas de la tarde, algunos en un automóvil blanco que se estacionaba estratégicamente en el primer acceso al cine y otros a pie, todos con mochila al hombro. 

"Vengo desde Neza, wey", confiesa "El Pollo", una de las siete personas que ofrecen boletos mientras guarda en una cangurera los cupones que ofrece, treinta pesos para una sala normal, cincuenta en 3D. En una mano tiene la programación del cine, dividida en horario de inicio y fin, sala y tipo de proyección, protegida por una bolsa de plástico. "Pues no hay pedo, yo también estoy chambeando", dice al ser cuestionado sobre los problemas que podría atraer la poco conocida venta ilegal de boletos de cine. Tiene razón, los cupones marcados con un sello infantil y clave "Lo Sentimos" son aceptados por los boleteros a la entrada de las salas, los taquilleros indican como hacer válido el pase e incluso los revendedores podían entrar y salir del cine a su antojo. Al ingresar los espectadores a la sala, el revendedor acude con los boleteros y recoge los pases; el ciclo se repite.

"Nos los dan a mover y nos llevamos una lana" afirma sin mayores problemas El Pollo. Su rutina es todos los días la misma, llega antes de la una de la tarde, come a las seis y se va a las diez de la noche, en su turno platica con otros revendedores, camina de esquina a esquina del edificio y se acerca a los transeúntes; "Pues quien los venda, a veces no quieren comprarnos por miedo", dice. El domingo del operativo, El Pollo estaba en el lobby del cine, lentamente salió del edificio, caminó hasta el complejo Real, también ubicado en el primer cuadro de la ciudad, y esperó. 

Después del artículo de El Universal dice que la dinámica cambió momentáneamente. "Nos movieron de aquí un día, nos cambiaron los boletos y nos pusieron a un wey en la entrada, pero con el chesco presta"; no miente, después del artículo, los cupones "Lo Sentimos" fueron cambiados por libretas con marca de seguridad y el nombre del cine titulando cada acceso que también eran aceptados por el personal del cine. Su estrategia duró dos meses, dos meses en los que mientras la cadena de cines decía aceptar a todos los clientes que llegaban con esos boletos a pesar de reconocerlos como falsos, todo funcionaba igual. 


No era extraño encontrarse con el cine vacío, en especial los días laborales. En promedio diez o quince personas entraban a cada función antes de las seis de la tarde, el número se incrementaba después de la hora de salida de las oficinas, pero el aumento era apenas perceptible. "Esta madre está muerta y pues hay que aprovechar", afirma El Pollo. Reconoce que una de las pocas ocasiones donde el cine no aceptó el convenio pactado con los revendedores fue durante las funciones de medianoche de Batman vs Superman: El Origen de la Justicia y Capitán América: Civil War. "Había un chingo de gente y nos la pelamos, estos culeros se hicieron pendejos y nos chingaron", dice sin pudor frente a un joven que trabaja como taquillero.

Todos en el cine conocían la estrategia, "hasta trabajamos menos", relata un veinteañero que trabaja en el complejo, "casi siempre está vacío". La reventa de boletos era el menor de los problemas del cine, envejecido dolorosamente entre edificios y una calle con poco cuidado.

Asientos vencidos, taquillas inutilizables, los sanitarios cercanos a las salas superiores cerrados, la dulcería del segundo piso clausurada desde su remodelación, el elevador descompuesto, promocionales de cartón escondiendo todos sus defectos. El Palacio Chino, uno de los bastiones del cine capitalino de antaño había sido olvidado y dejado a su suerte. El punto final lo daría la propia empresa propietaria la mañana del Sábado 27 de Agosto, cuando anunció el cierre indefinido del complejo.

"Te comunicamos que Cinemex Palacio Chino permanecerá cerrado a partir del 27 de Agosto de 2016. Te mantendremos informado por este medio de la fecha de reapertura", anunció la empresa la tarde del sábado a sus invitados; el staff del cine había sido informado del cierre desde el lunes 22, un día después del lamentable operativo que le quitó el poco brillo que le restaba al complejo.

"Pues si nos afecta, pero ya le veremos", advierte el revendedor. En su mano, la libreta de accesos ha sido sustituida por casi una centena de boletos canjeables para cualquier complejo. Cinemex Reforma 222, Cinemex Insurgentes, Cinemex El Rosario, Cinemex Universidad, Cinemex Ciudad Azteca, Cinemex Palomas; los nuevos boletos a la venta pertenecían al reembolso que la empresa de Grupo México dio a sus invitados después de la cancelación del estreno de Escuadrón Suicida, producto de un inesperado problema comercial con Universal Pictures.

"Ahora ando moviendo estos, veinticinco cada uno", dice El Pollo, afuera del estación Hidalgo del Metro de la CDMX, a unos pasos del extinto Palacio Chino. No dice cómo obtienen los boletos, sólo sabe de alguien que "los saca y los presta"; afirma que están en toda la ciudad, afuera de plazas comerciales, mercados, estaciones del metro y en redes sociales.

El Pollo toma con filosofía el cierre del Palacio Chino, "Ni era tanto negocio, no sé por qué la hacen de pedo", dice frente a la cortina gris corrida. El auto blanco sigue ahí, vacío, al igual que uno de los últimos cines del centro histórico. Ese negocio se acaba, al igual que la "magia del cine" que prometía en sus paredes el edificio destinado al olvido.

Fotografías: FLICKR

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